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elves a observar y
lamentablemente todo sigue
igual: sin la resaca de
haber bebido tanto masato;
sin que el viento esparza
las cenizas del “shunto”
por ahí; sin que tus
paisanos la noche del 23 se
hayan dirigido al río más
cercano para darse “el baño
bendito” y puedan gozar de
felicidad y salud por un año
entero, puesto que, de
acuerdo a la creencia
popular, San Juan ha
purificado esas aguas. Mejor
dicho, sin ese ritmo sin
igual, místico y religioso
de la Fiesta de San Fuan,
perdón, San Juan.
Te entristeces. No hay ni el
diminuto sonido de un tambor
o una flauta, pero sí de esa
voz que te nace del corazón
y te dice: “gallina, sacha
culantro, arroz, aceitunas
y huevos crearán al
personaje estrella de la
esperada fiesta. Ese
personaje que es cubierto
por la hoja del bijao y
representa la cabeza del
patrón amazónico: San Juan
Bautista”. Sonríes. Te
desesperas. Sabes que aquel
personaje te acercará a tu
familia, a tus raíces, a tu
suelo, aunque estés a miles
de kilómetros de allí. Tus
ojos se humedecen, inflas el
pecho, te llenas de orgullo
y a todo pulmón exclamas:
“¡tráiganme un juane para
celebrar!”.
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Entusiasmado esperas
a que te respondan.
Hay un silencio
sepulcral. Vuelves a
observar a tu
alrededor y te das
con la sorpresa de
que no hay nadie
cerca de ti, ni
siquiera las moscas.
Te coges la cabeza
sin saber qué hacer
e inmediatamente
—para variar—
ingresas a un dilema
al recordar que aquí
no existe ni la
sombra de la hoja de
bijao. “Sin hoja de
bijao, no hay juane,
y sin juane, no hay
Fiesta de San Juan”,
te comentas, agachas
la cabeza y
prácticamente, para
ti, todo está
perdido.
Entumido en tu frustración sales a la calle a caminar y patear el aire, una y otra vez. Acongojado, triste, sin saber adónde ir, llegas al mercado, vas por sus transitadas arterias como alma en pena, hasta que de pronto un inesperado letrero ilumina tu vista. Piensas que tu imaginación te está jugando una mala pasada, pero no,
“esto no es un juego, esto es real”. Sí, tan real como lo que dice ahí. ¿Te lo leo? “Hoy 24, hay juane desde las 10 de la mañana”, repito: “hoy 24, hay juane desde las 10 de la mañana”. ¡Despierta!, son más de las 10 de la mañana. ¿Qué esperas para ingresar al restaurante?
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“¿Hay juane?”, preguntas,
dejando en claro que sigues
zambullido en tu asombro.
“Sí, ñañito”, responde una
voz que, además de los
rasgos físicos de la mujer,
automáticamente te conecta a
tu gente. Sonríes, sonríes y
no dejas de sonreír. Inflas
el pecho. Te llenas de
orgullo, amor y recuerdos
familiares, y a todo pulmón
exclamas: “¡tráiganme un
juane para celebrar!”.
Y esta vez sí diste en el
clavo porque ahí viene el
potaje indígena y mestizo de
pobres y ricos. Llega
cubierto por la hoja del
bijao que le da ese toque
especial y típico con sabor
a selva, acompañado por el
infaltable plátano, la salsa
de ají charapita con cocona
y, para que no te quejes, tú
refresco de cocona. Buen
provecho, aunque no lo hagas
a orillas de un río como
refiere la costumbre.
Atentamente: La identidad
cultural que vive en tu
corazón.
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