En el viejo corralón de su hogar, ante el
ardor de la leña y el mediodía de febrero,
Noelia Lara Medrano, una de las más célebres
dulceras de San Luis, en la paila que heredó
de su abuela añade 12 litros de leche,
cuatro kilos de azúcar blanca, maicena (o
también puede ser harina de arroz), canela y
esencia de vainilla.“Con
una paleta, hay que remover y remover la
combinación por más de tres horas para que
no se queme y salpique”,
advierte la mujer, famosa en el conocido
Callejón del Buque (Barrios Altos), quien ha
visto degustar sus manjares a los más
consagrados cultores de la música
afroperuana, tales como Caitro Soto, Pepe
Vásquez y Ronaldo Campos, entre otros.
Mientras don Juan Barrera, cuñado de la
destacada dama de los dulces, continúa
removiendo la combinación, doña Noelia sobre
una mesa de madera coloca un extenso papel.
Agrega canela molida en la pared interior de
uno de los moldes circulares de lata. Repite
el mismo paso unas 249 veces y va colocando
sobre el papel, molde por molde en líneas
paralelas.
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El tiempo corre. Van cerca de tres horas que
la paleta va de un lado al otro en la paila.
Doña Noelia retira la paila del fuego.
Extrae la mezcla a un tazón y empieza a
batir con una cuchara a un ritmo imparable.
La textura del dulce se espesa un poco y
toma un color canela. Vuelve a utilizar la
misma cuchara, pero esta vez para echar la
combinación en cada uno de los 250 moldes
que reposan sobre el papel.“Ahora debemos esperar aproximadamente dos
horas para que espesen mucho más y los pueda
retirar de sus moldes”,
añade.
La espera vale la pena
–y
sí que vale la pena–.
Doña Noelia retira los quesitos de manjar
blanco de sus moldes.
El quesito nos regala sus mejores sonrisas
desde cualquiera de sus ángulos. De esas
sonrisas que, con dedicación y cariño, solo
doña Noelia logra relucir gracias a los
aprendizajes que adoptó de dos mujeres
marcadas por la esencia de la tradición:
Candelaria Medrano de Lara, su madre y doña
María Virgila Tralaviña Sánchez, su abuela.
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