ESCRIBE: Luis Pérez Manrique @Lperezmanrique
Estudiante de Ciencias de la Comunicación
Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” de Ica
El Hatajo de Negritos es la expresión del sacrificio, de la pasión.
De una pasión que dignifica, que enorgullece. De un sacrificio que une a los
abuelos, padres, hijos y nietos, donde la alegría que mágicamente fluye por sus
cuerpos, es significado de sentimiento y fe en cada canto, en cada zapateo que
estalla satisfacción al compás del fantástico sonido del violín, el alma de
esta costumbre que es todo un símbolo carmelitano, y que gira en torno al Jesús
recién nacido, al niñito que descansa, tierno y apacible, en un pesebre.
Llegar del 24 de diciembre al 6 de enero a El Carmen, en la provincia
Chincha, es oír la melodía del violín y las campanillas entremezcladas con un
estruendo que nace del suelo generado por la fuerza de los contrapuntos que
realizan los integrantes del Hatajo de Negritos quienes se aparecen, con o sin
invitación, en el hogar del vecino que ha armado su misterio o nacimiento para,
de alguna u otra forma, derrochar arte, energías y color por el nacimiento del
hijo de María.
El Hatajo de Negritos de la Familia Fajardo, por ejemplo. Ellos,
todos hombres por cosas de la costumbre y la tradición, llegan desde el Centro
Poblado Chamorro (ubicado camino hacia El Carmen) vistiendo el traje
tradicional (pantalón y camisa blancos exclusivos para el 24, 27 de diciembre y
6 de enero sobre las que lucen, en el caso de los pastores, bandas de seda
adornadas con lentejuelas y espejillos, y en el de los caporales cintas de
colores y espejillos) acompañados, claro está, del infaltable chicotillo y las campanillas,
y poder continuar la costumbre que les dejaron sus ancestros. Esa costumbre de
ritmo y fe inculcada por don Manuel Fajardo y doña Ofelia Anicama, patriarcas
de esta numerosa estirpe familiar.
Con Teodoro Fajardo, Mayordomo de este Hatajo de Negritos, hemos
iniciado una conversación aprovechando el agasajo que la Familia Chávez ha
realizado para los incansables bailarines. Él, ágil y estricto, con chicotillo
en mano recuerda que se inició bailando a los siete años en San Clemente
(Pisco) cuando su padre, don Manuel, era Caporal. Ya han pasado largos años, y
su experiencia –de buenas energías– dentro de la costumbre lo ha convertido en un
gran maestro y guiador de quienes conforman esta danza declarada Patrimonio
Cultural de la Nación bajo Resolución Ministerial N° 035-2012-VMPCIC-MC.
Será por eso que Moisés Fajardo, uno de los pastores mayores,
entusiasmado nos presenta a los hijos de la Virgen del Carmen quienes observan
todo desde donde están, desde los altares con arcos de flores sintéticas que
han sido levantados por ellos. Pues los Fajardo tienen el honor y el privilegio
de ser el único Hatajo, en todo El Carmen, de cuidar y adorar a estos dos
niñitos, inquietos y andariegos, como nos cuentan, desde la nochebuena porque
así marca la tradición. Y la tradición también establece que los tendrán que
devolver a su madre el día 28, después que la Virgen del Carmen haya recorrido
el territorio donde decidió quedarse para cuidar y bendecir.
Ese territorio donde vivió un maestro de maestros, un gran hombre
que, envuelto por arte, decidió enseñar y dejar su saber al recordado don
Amador Ballumbrosio. Su nombre fue José Lurita Pérez, un excelentísimo violinista gestor del Hatajo de Negritos
de la época. De él poco se habla o se difunde, mejor dicho. Pues para quienes
no saben, él participó del Primer Festival de Arte Negro (celebrado en Cañete
en 1971) como violinista en compañía de don Amador, quien dentro de la
delegación del Hatajo de Negritos, representante de Chincha, era el Primer
Caporal.
Y es que si hablamos de los hijos
carmelitanos que han hecho suyo el folclore afro-andino, será como contar el
infinito carisma de quienes continúan y admiran esta costumbre de talento y
emociones, de sobrevivencia y corazón, con su toque de violín.
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